Héctor Alfonso Morales
Todos hemos dicho alguna porque somos incapaces de evitarla. La mentira acompaña, rodea y coexiste con el ser humano y su vida social .Pero, ¿Por qué mentimos? ¿Qué pasa en nuestro cuerpo cuando lo hacemos? ¿Qué sucede con la persona a quien engañamos?
La necesidad de obtener certeza y decir lo que los demás quieren escuchar nos orilla a emplear la mentira de forma recurrente. Eso sí, algunas veces con consecuencias y, en otras, nos salimos con la nuestra porque no nos descubrieron en el engaño.
“El hombre es el único animal que miente”, dicen los psicólogos Manuel Porcel Medina y Rubén González Fernández. Y advierten que las demás especies pueden camuflarse y utilizarla para beneficio y sobrevivencia; la diferencia estriba “en que el ser humano la esgrime en forma reflexiva”; tiene plena conciencia de ella.
Alejandro Arias Mundo es un claro ejemplo: mintió de forma deliberada. Se supone que este semestre acabaría la carrera de Ingeniería Eléctrica- Electrónica. Su mamá ya tiene el premio. Lo llevará a visitar a su hermana en Canadá, durante este verano. Sin embargo, el estudiante de 24 años no le ha dicho a su madre que aún le faltan 7 asignaturas para concluir sus estudios.
“Ella (mamá) cree que ya terminé la escuela. Debo cinco materias y este semestre voy a reprobar otras dos, es decir, tengo que recursar siete materias. Le voy a decir que veré lo de mi titulación o que estoy trabajando en una investigación para que no se dé cuenta; una mentira me llevó a la otra”
Para el doctor en Psicología Social, Rolando Díaz Loving, la falacia posee una explicación basada en la congruencia entre lo percibido por los sentidos y la realidad circundante: “Los seres humanos tienen la necesidad de mentir, o decir su propia posición para obtener certeza, la cual es fundamental para la sobrevivencia de la especie”.
Así, Arias, con su mentira, tiene la certidumbre de que nadie saldrá lastimado; ni él, ni su mamá. “Sé que si le digo la verdad se va a sentir muy mal y, seguramente, también me irá mal a mí”.
Desde el punto de vista psicológico, Díaz Loving afirma que “muchas veces se miente para hacer sentir bien a los demás; todavía más en nuestra cultura mexicana. En ella, siempre decimos a los demás lo que quieren escuchar porque el qué dirán tiene un peso muy importante en nuestra sociedad”.
Sin embargo, bastaría con que la mamá del estudiante universitario se sentara a la mesa y platicara con su hijo para descubrir la verdad. Nada de tehuacanazos, ni choques eléctricos serían necesarios para la confesión
El cuerpo, como señala la creencia popular, nunca miente y, si se sigue dicha sabiduría, la verdad, con un poco de observación, caería por su propio peso.
Según un estudio, realizado por científicos de las universidades de Pennsylvania y de Temple en Estados Unidos, cuando una persona miente, se activa el lóbulo frontal, temporal y límbico, alojados en el cerebro. ¿Qué quiere decir? El cerebro de Alejandro Arias tuvo que trabajar más.
En esta labor cerebral, las reacciones fisiológicas no se hacen esperar. La presión arterial, la frecuencia cardiaca y la sudoración aumentan. Incluso, los pies pueden ser también delatores si no se tienen bien apoyados sobre el piso y se dirigen a otro lado que no sea el interlocutor.
A estos signos corporales de la mentira, Rolando Díaz agrega que “cuando la gente no está segura de lo que dice titubea más, no observa a sus interlocutores, parpadea mucho.”
Y el mismo investigador de la UNAM menciona que puede ocurrir un proceso interesante a la hora de mentir: el autoconvencimiento. “Si alguna persona dice algo de forma muy convincente, vehemente, llega el momento en que él mismo se cree sus propios engaños”. Por el momento no es el caso. El aspirante a ingeniero afirma que engaña, con toda la intención, a su madre; sinceridad que raya, admite en el cinismo de su sonrisa, tras ver el video de su entrevista..
La mamá de Arias Mundo ¿qué sentirá si descubre el engaño? Por el momento, según el estudiante, ella no sabe nada, aunque “se sentirá muy mal si lo descubre”, y tomará represalias.
“Seguramente me descontaría mi quincena, me dirá todo un discurso de que la escuela es a lo único que me dedico, y cómo es posible que repruebe siendo que es algo que me gusta, que me llama y pensaría que el posible problema es que descuido los estudios por salidas, permisos, entonces me los empezaría a negar”.
La reacción sería lógica. Descubrir una mentira trae consecuencias emocionales serias para el individuo engañado. “Frustración, incapacidad aprendida que deriva en situaciones de depresión o incluso reacciones violentas por la inconformidad”, expone Díaz Loving.
Advierte que Alejandro no es el único porque al “no haber una realidad objetiva con la que todos estemos de acuerdo, es imposible entonces la existencia de alguien incapaz de decir una mentira”.
A pesar de ello, en la elaboración de este reportaje, al intentar recoger testimonio de algunas mentiras, algunas personas le negaron, a este reportero, su anécdota. ¿La razón? No se acordaban se haber mentido. ¡Mentirosos!